Los conflictos forman parte de cualquier tipo de relación y cualquier familia, de hecho, son necesarios para comprendernos y conocernos. Como si de una avalancha de nieve se tratase, son inevitables, si bien podemos usar mecanismos para amortiguar su impacto. (Musitu, 2014)
La repercusión de los conflictos que no son gestionados adecuadamente, así como las separaciones o los divorcios, se hacen presentes en todos los miembros de la unidad familiar y sobre todo en los hijos, quienes pueden presentar problemas de conducta, psicológicos, de rendimiento académico, albergar sentimientos de culpa, además de otros riesgos.
La familia así se enfrenta al reto de poner en marcha todos sus recursos, para poder hacer frente a estos momentos adversos y salir fortalecidos de ellos. Sobre todo para asegurar el bienestar y desarrollo positivo de los hijos (si se tienen) y la mejora en la calidad de vida de todos los miembros de la familia, que en cualquiera de sus formas es el contexto de protección y la institución más importante de nuestra sociedad.
«Juntos o separados, familia es familia».
La mediación facilita el desarrollo de este proceso, pues, con la ayuda de una mediadora, todos los participantes tendrán el poder de decidir su propio destino, fortaleciendo o renovando los vínculos previamente existentes.